lunes, junio 18, 2007

Nadie en el Tercio sabía quién era ese legionario


LA OTRA MIRADA

José Sarria

La letra del himno, again.


Lo que está claro es que en esta cosa llamada España hemos perdido el tren en demasiadas ocasiones. Perdimos la oportunidad de ser un país inmensamente rico (hoy nosotros seríamos una especie de G-8, pero a lo bestia, si nuestros monarcas se hubiesen dedicado a administrar prudentemente el saqueo de las Indias). Perdimos las colonias de ultramar (Filipinas, Cuba o Sidi Ifni) y con ellas la última oportunidad de demostrar que éramos capaces de hacer algo medianamente digno en el panorama internacional. Perdimos el salto de la modernización mientras creíamos que desde esta grande y libre llegaríamos a través del imperio hacia Dios. Perdimos la inocencia creyendo que mientras que el Real Madrid siguiese ganando las Copas de Europa o que Paquito Fernández Ochoa ganase en Sapporo, estábamos tocados por la mano del Altísimo. Y perdimos, entre otras muchísimas cosas más, la oportunidad de tener una letra del himno como Dios manda. Hoy, que es época de talantes, ya no tenemos el talento para componer himnos capaces de resucitar a los muertos.
Como bien ha escrito mi ya admirado Antonio Quesada: “un himno patriótico se escribe con los cojones, con las vísceras, no con la cabeza”. Evidentemente esto ya, hoy, no es posible, porque un himno se pergeña para hacer papilla al enemigo, para demostrarle el espacio volumétrico de las gónadas nacionales, para sacar pecho, para, en definitiva, arrancarle las pelotas a bocados y escupirlas al borde del mar.
Nos guste o no nos guste, cuando uno escucha las épicas letras del himno de Infantería se te ponen los pelos como escarpias: “Ardor guerrero vibre en nuestras voces y de amor patrio henchido el corazón, entonemos el himno sacrosanto del deber, de la Patria y del Honor. ¡Honor! … / …. Y volverán tus hijos ansiosos al combate, tu nombre invocarán, y la sangre enemiga en sus espadas y la española sangre derramada, tu nombre y tus hazañas cantarán.”.

O cuando se oye la voz del Tercio mientras camina impasible por calle Carretería entonando “El novio de la muerte” entran, por mis mulas, ganas de besar al borrego: “…Y sin temer el empuje del enemigo exaltado, supo morir como un bravo y la enseña rescató. Y al regar con su sangre la tierra ardiente, murmuró el legionario con voz doliente: Soy un hombre a quien la suerte hirió con zarpa de fiera. Soy un novio de la muerte que va a unirse en lazo fuerte con tal leal compañera”.
Y qué decir de aquellas entrañables letras de los himnos “Isabel y Fernando” o del “Montañas Nevadas”: “En pie, camaradas, y siempre adelante, cantemos el himno de la juventud, el himno que canta la España gigante que sacude el yugo de la esclavitud. De Isabel y Fernando el espíritu impera, moriremos besando la sagrada bandera. Nuestra España gloriosa nuevamente ha de ser la Nación poderosa que jamás dejó de vencer”, “La mirada clara, lejos, y la frente levantada, voy por rutas imperiales caminando hacia Dios. Quiero levantar mi Patria, un inmenso afán me empuja, poesía que promete exigencia de mi honor. Montañas nevadas, banderas al viento, el alma tranquila. Yo sabré vencer.”
Hoy, se haga lo que se haga, será, sin duda, un mamarracho, una caricatura de himno, una pantomima, una chalanada, una memez. Ya no es tiempo de himnos. Hoy, instalados en el mundo Porcelanosa, propongo que dejemos la letra del canto patrio en manos de Silvia Padilla, la del “ponle el cinturón, protege su vida, su seguridad, es muy importante…”. Tampoco servirá para nada, pero al menos nos reiremos un rato y, además, seremos consecuentes con este circo en el que se está convirtiendo el patio nacional. Vale.

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